lunes, julio 27, 2015

Edna O'Brien


Cuando estoy trabajando escribo en una especie de trance, sin parar, y en estos cuadernos varios. Escribo en la mañana porque uno está más cerca de lo inconsciente, la fuente de inspiración. Nunca trabajo por la noche porque por entonces los grilletes del día me rodean, lo que James Stephens llamaba "Catálogo de cosas tristes que se sujetan a mis alas, planas, aburridas", y no me siento a trabajar los trescientos sesenta y cinco días del año porque no soy ese tipo de escritora. ¡Ojalá lo fuera! Tal vez no tomo a mí misma tan seriamente. Otra razón por la que no escribo constantemente es porque siento que ya he escrito todo lo que quise decir sobre el amor y la pérdida y la soledad y el ser una víctima y todo eso. He terminado con ese territorio. Y todavía no he adoptado otro. Puede ser que esté yendo hacia él—espero y deseo que este sea el caso.

Soy disciplinada, pero no se trata de disciplina, puesto que eso es lo que uno tiene que hacer. El impulso es más fuerte que cualquier otra cosa. No me gusta demasiado la vida social de todos modos. Es cotilleo y vino blanco malo. Es un desperdicio. Escribir es como llevar un feto. Levantarse por la mañana, tomar una taza de té y entrar en este espacio para trabajar. Nunca salgo a comer, nunca, pero me detengo sobre la una o las dos y paso el resto de la tarde atendiendo a las cosas mundanas. A última hora de la tarde puedo leer, ir al teatro o al cine, o visitar a mis hijos.

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